Unas breves imágenes de un “Bazar del arte revolucionario” en una céntrica calle de la Habana Vieja, confirman mi hipótesis de los elementos decorativos asociados a una ideología. Para comprar allí cualquiera de esos atributos identificadores de un proceso, hay que pagar con una moneda diferente a la que nos amortiza nuestro trabajo. Curiosamente los “íconos” de la entrega desinteresada a un proyecto social, son vendidos a partir de una evidente relación de oferta y demanda. El dinero se trasmuta así en un pulóver, una gorra o una mochila que después se exhibirá como una reliquia, como algún trozo del madero de la utopía.
Los rostros que se ven en este pequeño comercio, son para muchas personas –fuera de Cuba- parte de la contracultura para enfrentarse al status quo. Son los emblemas a los que algunos apelan en el intento de cambiar lo que no les gusta de sus respectivas sociedades. Pero en esta Isla ocurre justo lo contrario, esos que nos miran desde los afiches y las camisetas son -para nosotros- quienes crearon el actual orden de cosas, los gestores del sistema en el que vivimos desde hace cincuenta años. ¿Cómo portar alguno de estos símbolos, sin tener la sensación de que se está asumiendo la cultura del poder, los emblemas de los que mandan?
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