La
preocupación de la Iglesia Católica por la problemática económico-social, tiene
en la Encíclica Rerum Novarum, su antecedente señero. Dada por León XIII en
1891, marcó una línea de pensamiento que, aunque luego fue objeto de ajustes y
actualizaciones, conserva aún los pilares que sostienen los pliegos
fundamentales de las ideas católicas sobre la economía y el desarrollo del
hombre en la sociedad.
En su breve tránsito por la más alta jerarquía
eclesiástica, Benedicto XVI ha dejado una Encíclica clave para comprender las
líneas esenciales por las que transita el pensamiento católico de estos días en
relación con una amplia gama de temas de la agenda actual.
sábado, 9 de marzo de 2013
Economía y sociedad en el pensamiento de Benedicto XVI. Por Daniel V. González
En
efecto, en su Caritas in veritate (La
caridad en la verdad) conocida en junio de 2009, el Sumo Pontífice formuló
una actualización de otro gran texto dedicado a la temática social: la Populorum progressio (El progreso de los
pueblos), debida a Pablo VI (marzo de 1967), la que se centra en las
relaciones políticas y comerciales entre los países ricos y pobres y en su
impacto sobre el desarrollo humano.
Aunque
parezca ocioso, conviene recordar los contextos de uno y otro pronunciamiento.
En 1967 se vivía en pleno auge de la Guerra Fría, con combates en todo el mundo
mediante los cuales se intentaba dirimir la supremacía de uno u otro bloque
dominante. América Latina vivía tiempos de dictaduras militares que negaban
derechos elementales a los pueblos, a la vez que los mantenían en niveles de
pobreza asoladora, incompatibles con un mínimo de dignidad. Los países
desarrollados aparecían a los ojos del mundo como los grandes responsables del
atraso relativo de amplias zonas del globo, que vivía en condiciones de
precariedad y hambre. El socialismo, del que se tenía aún poca información
acerca de su eficacia y conquistas efectivas, se ofrecía como una promesa y una
esperanza para abolir las desigualdades y la miseria.
Transcurrido
poco más de medio siglo, la encíclica de Benedicto aparece en un contexto
histórico completamente diferente. La Guerra Fría ha desaparecido porque uno de
los bandos, el bloque socialista, implosionó estrepitosamente. Por otra parte,
las últimas décadas han sido testigo de una revolución tecnológica de dimensiones
espectaculares. Las computadoras han revolucionado la producción, el empleo,
las comunicaciones y han construido un escenario impensado para los antiguos
problemas económicos y sociales que desvelaron a generaciones enteras.
Como
pocos pensadores, la Iglesia Católica es una paciente y minuciosa observadora
de los cambios sociales en todo el mundo. Las modificaciones en sus puntos de
vista nunca son espasmódicas sino que se van presentando bajo la forma de
pequeños ajustes, modificaciones parciales, rectificaciones en la continuidad
de un pensamiento que se actualiza conforme a las demandas de una realidad que
cambia.
En
la propia encíclica se explica este proceso de adaptación:
“No hay dos tipos de doctrina social,
una preconciliar y otra postconciliar, diferentes entre sí, sino una única
enseñanza, coherente y al mismo tiempo siempre nueva. Es justo señalar las
peculiaridades de una u otra Encíclica, de la enseñanza de uno u otro
Pontífice, pero sin perder nunca de vista la coherencia de todo el corpus
doctrinal en su conjunto. Coherencia no significa sistema cerrado, sino más
bien la fidelidad dinámica a una luz recibida”.
Los
temas de la Populorum progressio
El
tema central que abordó la Encíclica de Pablo VI era la relación desigual entre
los países ricos y los países pobres. Se preocupaba especialmente por una
relación de intercambio carente de equidad que profundizaba la brecha de
desarrollo existente entre unos y otros. Formulaba una dura crítica al
capitalismo liberal y realizaba una severa advertencia acerca de las
consecuencias sociales de la permanencia de la injusticia y la pobreza.
Aunque
se afirmaba que “el desarrollo no se
reduce al simple crecimiento económico”, la encíclica de 1967 señalaba que “los pueblos ricos gozan de un rápido
crecimiento, mientras que los pobres se desarrollan lentamente. El
desequilibrio crece: unos producen con exceso géneros alimenticios que faltan
cruelmente a otros, y estos últimos ven que sus exportaciones se hacen
inciertas”.
La
falta de equidad en las relaciones comerciales internacionales, era un tema
central de preocupación en esta Encíclica. En ese tiempo estaba en pleno
apogeo, en América Latina, la teoría de la CEPAL, relativa al “deterioro de los
términos de intercambio”, como una explicación al progresivo enriquecimiento de
los “países centrales” en desmedro de los denominados “periféricos”. Ese mismo
concepto es desarrollado con gran precisión en el texto papal:
“Las naciones altamente industrializadas
exportan, sobre todo, productos elaborados, mientras que las economías poco
desarrolladas no tienen para vender más que productos agrícolas y materias
primas. Gracias al progreso técnico, los primeros aumentan rápidamente de valor
y encuentran suficiente mercado. Por el contrario los productos primarios que
provienen de los países subdesarrollados sufren amplias y bruscas variaciones
de precio, muy lejos de esa plusvalía progresiva. De ahí provienen para las
naciones poco industrializadas grandes dificultades cuando han de contar con
sus exportaciones para equilibrar su economía y realizar su plan de desarrollo.
Los pueblos pobres permanecen siempre pobres, y los ricos se hacen cada vez más
ricos”.
En
diversos tramos, la Encíclica convoca a la solidaridad internacional para con
los países pobres: “… lo superfluo de los
países ricos deben servir a los países pobres. (…) Los ricos, por otra parte,
serán los primeros beneficiados de ello. Si no, su prolongada avaricia no hará
más que suscitar el juicio de Dios y la cólera de los pobres, con imprevisibles
consecuencias”.
Algunas
de los enfoque de la Iglesia hacia el sistema mundial imperante en esos años
sesenta, tenían puntos en común con la prédica socialista de ese tiempo: “… ha
sido construido un sistema que considera el lucro como motor esencial del
progreso económico; la concurrencia, como ley suprema de la economía; la
propiedad privada de los medios de producción, como un derecho absoluto y sin
límites ni obligaciones sociales correspondientes. Este liberalismo sin freno,
que conduce a la dictadura, justamente fue denunciado por Pío XI como generador
del imperialismo internacional del dinero”.
Las
preocupaciones centrales de la Populorum
progressio respondían de un modo preciso a la época en que fue pensada y
dada a conocer. Usa palabras enérgicas y críticas contra un sistema que
aumentaba cada día el abismo entre países ricos y países pobres. Y, además,
advertía claramente sobre la creación de un clima social que generaba violencia
y sublevación por parte de quienes padecían las situaciones de injusticia y
postergación social.
Los
nuevos tiempos
De
las tres encíclicas que deja Benedicto XVI, la más importante desde el punto de
vista social es Caritas in veritate (La caridad en la verdad),
principalmente dedicada a plantear los grandes temas de la situación económica
y social de este momento, con permanentes referencias a la Populorum Progressio, a la que en los hechos le formula algunas
puntualizaciones y rectificaciones todas ellas producto de los cambios habidos
durante las casi cinco décadas que transcurrieron entre una y otra Encíclica.
La
distancia contextual es mencionada expresamente: “El mundo que Pablo VI tenía ante sí, aunque el proceso de
socialización estuviera ya avanzado y pudo hablar de una cuestión social que se
había hecho mundial, estaba aún mucho menos integrado que el actual”.
La
globalización ha cambiado las circunstancias en que se desenvuelven algunos de
los problemas planteados en otros tiempos, de modo tal que incluso ha
modificado uno de los temas centrales de la Populorum
progressio: “Hoy, el cuadro del
desarrollo se despliega en múltiples ámbitos. Los actores y las causas, tanto
del subdesarrollo como del desarrollo, son múltiples, las culpas y los méritos
son muchos y diferentes. Esto debería llevar a liberarse de las ideologías, que
con frecuencia simplifican de manera artificiosa la realidad, y a examinar con
objetividad la dimensión humana de los problemas. Como ya señaló Juan Pablo II,
la línea de demarcación entre países ricos y pobres ahora no es tan neta como
en tiempos de la Populorum progressio”.
La
existencia de un mundo global se identifica como el principal cambio ocurrido
durante los años que se extienden entre ambas cartas pero, a la vez, se hace
notar la permanencia de uno de los grandes problemas que afectaba el
intercambio comercial en tiempos de Pablo VI: “… los altos aranceles aduaneros impuestos por los países
económicamente desarrollados, que todavía impiden a los productos procedentes
de los países pobres llegar a los mercados de los países ricos”.
El
tema de la globalización se nos aparece a cada paso a lo largo de toda la
encíclica. Al respecto, lo novedoso en comparación con la Populorum progressio consiste en el afianzamiento de una visión
menos crítica del intercambio comercial y de los perjuicios sobre los que
advertía Pablo VI que para los países pobres, como consecuencia del intercambio
comercial de los años de su reinado. Ahora, se le reconoce al menos un papel
dual, para nada establecido de antemano. Al respecto, afirma: “A pesar de algunos aspectos estructurales
innegables, pero que no se deben absolutizar, ‘la globalización no es, a
priori, ni buena ni mala. Será lo que la gente haga de ella’ (…) Oponerse
ciegamente a la globalización sería una actitud errónea, preconcebida, que
acabaría por ignorar un proceso que tiene también aspectos positivos, con el
riesgo de perder una gran ocasión para aprovechar las múltiples oportunidades
de desarrollo que ofrece”.
A
continuación, afirma: “El proceso de
globalización, adecuadamente entendido y gestionado, ofrece la posibilidad de
una gran redistribución de la riqueza a escala planetaria como nunca se ha
visto antes; pero si se la gestiona mal, puede incrementar la pobreza y la
desigualdad, contagiando además con una crisis a todo el mundo”. Como puede
verse, esta encíclica corrige la visión pesimista y un tanto fatalista de la
anterior. Ello es producto del cambio en las circunstancias históricas.
La
Encíclica de Benedicto XVI fue hecha conocer en medio de la crisis mundial de
2008/2009 y, como es natural, está impregnada por una cierta desconfianza hacia
el funcionamiento del mercado. A este tema dedica algunos párrafos muy
interesantes: “Si hay confianza recíproca
y generalizada, el mercado es la institución económica que permite el encuentro
entre las personas, como agentes económicos que utilizan el contrato como norma
de sus relaciones y que intercambian bienes y servicios de consumo para
satisfacer sus necesidades y deseos”.
Tras concederle una función y legitimidad claves, añade un concepto que
lleva una crítica implícita al marxismo: “…
se ha de considerar equivocada la visión de quienes piensan que la economía de
mercado tiene necesidad estructural de una cuota de pobreza y de subdesarrollo
para funcionar mejor”. Así, al quitarle
perversidad a la sola existencia del mercado, Benedicto le otorga una función
concreta en la búsqueda de una sociedad más justa y con menos pobres, aunque
obviamente en varios pasajes hace referencia a la necesidad de una economía
humanizada donde reine la solidaridad.
La
idea completa sobre el mercado queda sintetizada en este párrafo: “La sociedad no debe protegerse del mercado,
pensando que su desarrollo comporta ipso facto la muerte de las relaciones
auténticamente humanas. Es verdad que el mercado puede orientarse en sentido
negativo, pero no por su propia naturaleza, sino por una cierta ideología que
lo guía en ese sentido. No se debe olvidar que el mercado no existe en su
estado puro, se adapta a las configuraciones culturales que lo concretan y
condicionan”.
Estado
y ayuda social
El
rol del estado no está ausente en Caritas
in veritate. Por un lado, se ajusta la visión de Rerum Novarum y, por el
otro, formula una advertencia acerca de su presunta desaparición.
Respecto
de la reformulación del rol de estado, dice: “…la Rerum novarum, escrita como consecuencia de la revolución
industrial, (…) afirmó por primera vez la idea –seguramente avanzada para aquel
tiempo- de que el orden civil, para sostenerse necesitaba la intervención
redistributiva del Estado. Hoy esta visión de la Rerum novarum, además de
puesta en crisis por los procesos de apertura de los mercados y de las
sociedades, se muestra incompleta para satisfacer las exigencias de una
economía plenamente humana”.
Más
adelante, sin embargo, y muy probablemente como consecuencia del especial
momento en que es dada la Encíclica, puede leerse: “La sabiduría y la prudencia aconsejan no proclamar apresuradamente la
desaparición del Estado. Con relación a la solución de la crisis actual, su
papel parece destinado a crecer, recuperando muchas competencias. Hay naciones
donde la construcción o reconstrucción del Estado sigue siendo un elemento
clave para su desarrollo”.
Muchos
otros temas de la economía y el desarrollo, de gran actualidad, son abordados
por el documento: ecología y medio ambiente, rol del empresariado, aspectos
demográficos del crecimiento, acceso a la educación, rol de los consumidores,
etc. Pero un tema recurrente de los pronunciamientos papales de todos los
tiempos es el de la ayuda social y la solidaridad universal, a la que considera
“un deber”. Pero la encíclica reflexiona acerca de los deberes que deben estar
vinculados con el ejercicio de algunos derechos. Advierte, por ejemplo que “La exacerbación de los derechos conduce al
olvido de los deberes”. Desarrolla
con precisión una idea tomada de textos anteriores acerca de la verdadera
función de la ayuda internacional hacia los países más pobres: “… la comunidad internacional (debe asumir)
como un deber ayudarles a ser ‘artífices de su propio destino’, es decir, a que
asuman a su vez deberes. Compartir los deberes recíprocos moviliza mucho más
que la mera reivindicación de derechos”.
Más
adelante, la Encíclica vuelve sobre el tema de la ayuda internacional en un
párrafo muy claro y significativo pues implícitamente supone un rediseño de los
mecanismos por los que se concretan en muchos países estos programas sociales.
Dice: “A veces, el destinatario de las
ayudas resulta útil para quien lo ayuda y, así, los pobres sirven para mantener
costosos organismos burocráticos, que destinan a la propia conservación un
porcentaje demasiado elevado de esos recursos que deberían ser destinados al
desarrollo”. Más claro, agua.
Estos
son algunos aspectos de la extensa, múltiple y sólida encíclica social de
Benedicto XVI. Todos los problemas sustanciales de la economía actual han
encontrado un lugar en ella, a la vez que un enfoque reflexivo. Deberíamos
tomar nota del esfuerzo intelectual que supone la revisión, el repaso, el
seguimiento y el estudio profundo que denotan estos documentos papales. Sobre
todo en un momento como el que vivimos, donde reina la pereza en el pensar y
los nuevos problemas a menudo son analizados con teorías y esquemas antiguos,
sin que se haga el menos esfuerzo por revisarlos y actualizarlos.
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