lunes, 25 de febrero de 2013
El TEG populista. Por Gonzalo Neidal
El
juego Táctica y Estrategia de Guerra (TEG) fue muy popular a fines de los
setenta y en los ochenta. Era un juego de mesa para adultos, preferido por
gente iniciada en política, que se desenvolvía en el escenario mundial,
representado por un tablero de cartón. Mientras el juego duraba, los
participantes se sentían con capacidad de hacer y deshacer en el resbaladizo
territorio del orden internacional.
Ha sido inevitable que el giro dado por el
gobierno en el delicado caso de la cuestión AMIA y su entramado con Irán, nos
hiciera recordar a ese popular juego de mesa.
El
naufragio de los análisis que se realizan sobre el acuerdo propuesto por la
presidenta para destrabar el caso del atentado contra la sede de la AMIA, se
debe a la búsqueda de un motivo económico más o menos claro que justifique el
insólito y drástico cambio de posición del gobierno argentino.
Pues
bien: no lo hay. O, si existiera, no tiene la relevancia necesaria para
explicar que el gobierno haya pasado de pedir la captura internacional de
varios iraníes para ser sometidos a la justicia argentina, a la realización de
un acuerdo con el país fuertemente sospechado de haber instigado y perpetrado
el atentado.
¿Alguien
se representa la imagen del gobierno iraní entregando a la justicia argentina a
los responsables de estos crímenes, llegado el caso? Es una situación tan
desopilante que resulta imposible de imaginar. El gobierno nacional ha metido
al país en un callejón sin salida que no puede tener otro resultado que limpiar
la culpa iraní y cerrar uno de los casos de terrorismo más dolorosos e
impactantes de la historia argentina.
Los
motivos de este giro insólito en la política exterior deben ser buscados en la
pura ideología. En el mentado “relato”, en la voluntad de construir la imagen
de un gobierno que lucha a brazo partido contra los poderes mundiales y que, si
el proyecto se derrumba por su propia dinámica, pues estará claro quiénes son
los responsables del martirologio. El gobierno apunta a un posicionamiento
internacional de la Argentina en abierto desafío a Occidente y a los Estados
Unidos. De ahí la sucesión de provocaciones y gestos histéricos de nuestra
diplomacia en relación con los Estados Unidos.
Ya
en la primera asunción de Obama, la presidenta eligió hacer coincidir ese
acontecimiento con una visita suya a Cuba. En la isla, en sus discursos, dejó
en claro que no era casual su presencia ahí en ese momento. Luego vino el
episodio del inefable canciller abriendo las maletas de una misión militar estadounidense
que había sido convocada para instruir a las FF AA argentinas, la retención de
las valijas, la discusión en la justicia norteamericana sobre los holdouts y
ahora este acuerdo con Irán, cuyo gobierno no sólo niega el holocausto sino
que, además, propugna la eliminación lisa y llana del Estado de Israel.
A
la presidenta no le importa pagar ningún costo político local en la comunidad
judía, a algunos de cuyos intelectuales “progresistas” ha conquistado con su
política y prebendas. Su cálculo va más allá. Quizá crea que, desaparecido
Chávez, será ella quien quedará como líder emergente latinoamericana en abierto
desafío al poder mundial de Occidente, liderado por los Estados Unidos. Ese rol
la moviliza y constituye, probablemente, su máxima aspiración: la mujer que
enfrenta al orden capitalista mundial.
Como,
además, las instituciones argentinas funcionan con estilo autocrático,
carecemos de los mínimos reaseguros como para frenar semejante dislate. Las
cámaras están nutridas por senadores y diputados incapaces de hacer sonar una
voz disonante ante un caso tan controvertido. Pese a corporizar un giro
ostensible del gobierno en el caso AMIA, no parece existir objeción alguna en
el bloque oficialista e incluso en los legisladores afines o aliados.
Por
distintos mecanismos de presión y de corrupción, el gobierno ha logrado sumar,
sin deslices, a todos los diputados y senadores propios y aliados, entre los
cuales resulta impensable vislumbrar matices diferenciadores incluso en temas
como éste, que significan un giro importante en la política oficial, de
incalculables consecuencias.
Los
mecanismos del poder populista generan clones que reiteran el pensamiento de
las cúspides, sin margen para la discusión y la disidencia. La genuflexión y el
silencio están a la orden del día. Cristina es la reina que hace y deshace sin
otra limitación que su propio humor y capricho cotidiano.
Finalmente,
está claro que el gobierno ha encontrado en Héctor Timerman, un canciller a su
medida. Un hombre capaz de sostener hoy firmemente una cosa y mañana, sin
rubores y con el mismo énfasis, la contraria. Hombre de sobreactuaciones
bochornosas, carente de la mínima dignidad personal, siempre dispuesto a
asombrar con sus argumentos y posicionamientos erráticos y acomodaticios.
Nadie
podrá decir mañana que no estamos construyendo el país que nos merecemos.
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